lunes, septiembre 13, 2010

Funando Jevi

El otro día una amiga me dijo "La paciencia tiene un límite, Caro".
Intenté convencerla de que si ella ponía de su parte y de alguna forma cedía, las cosas llegarían a buen terminó. Porque el secreto de las relaciones está en eso, según mi mamá, alguien tiene que ceder. Y casi inmediatamente me di cuenta de la tamaña estupidez que estaba diciendo. Y no sólo era algo ridículo, sino que también le estaba dando la espalda a todo lo que creía con respecto al rol femenino en las relaciones. Yo que siempre digo que la mujer nunca debe someterse, que la pareja es de a dos y que ambos deben ir hacia un mismo objetivo, etcétera. YO diciendo que debe CEDER. Contradicción debiera ser mi segundo nombre. O tercero, luego de impuntual. ¿Qué me creo dando consejos que no puedo, o no quiero, aplicar por miedo a arruinar todo completamente (again)?. Ese maldito miedo a embarrar las cosas, y de pasada, a la gente que está involucrada. Siempre preocupada de los demás, de que no sufran, de que no se sientan incómodos, de que se sientan bien conmigo. ¿Y a mí? Que me parta un rayo. Siempre dejando de lado mis propias emociones, anteponiendo los sentimientos de otros antes de los míos.
Cayendo siempre en la misma broma cruel. Ilusionandome al respecto para después sentir esto. ¿Para qué? Si al final siempre me vuelvo a sentir así. La sensación que queda en los brazos vacíos luego de haber perdido algo que querías mucho. O cuando te ilusionas con algo y te dicen ¡NO! en la cara. Te duele. Y es algo que sabías que pasaría. Pero sigues jugando porque al parecer te gustara sufrir. Pero no es eso. Es que vuelves a caer en la bromita imbécil de la ilusión y de creer que las cosas podrían cambiar. Aún sabiendo que no será así, tiras tus dados y juegas tu turno. Total, siempre tendrás más fichas para seguir en el juego.