martes, julio 05, 2011

Historias de cuando era más chica

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Quizás ya lo había mencionado. Si no, es algo común y obvio. Los días fríos y en especial, el invierno activan ese lugar en mi cerebro de los recuerdos de infancia. Como la memoria se tiende a fragilizar con los años y creo que internet será el lugar en que las ideas y recuerdos mundiales queden plasmados, será aquí dónde anotaré cinco historias de mi niñez
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#1 - Mi nana y el puente en la asequía



Ese día, echada en el sillón, con el sol en la cara dejándome ciega, me acordé de un día de verano en que mi nana Ely me llevó a caminar, atravesando el potrero para llegar a "la Pudahuel". Pasamos por patios traseros, vimos muchos perros en la calle que sabían que no éramos de ahí, cruzamos un tablón gigante de madera que hacía de puente en una asequía. Mucho olor a humedad y perro muerto.

Llegamos a la casa de una señora como de sesenta años. La casa estaba totalmente enrejada, era pequeña y tenía un olor muy particular, aparte del olor a encerrado. Habían chiches y adornos en todos los muebles. Y sobre cada mueble había un paño tejido a crochet, estaba lleno de ellos por todos lados. También recuerdo que había muchas fotos, fotos que ya eran viejas en ese tiempo. En casi todas salía un joven militar. La señora me miró con pena cuando le pregunté quien era así que no pregunté más. De aburrida entré al dormitorio. Sobre la cama había una colcha tejida a crochet (sorpresa) y muchos muñecos. Quise jugar con ellos pero una muñeca que le faltaba un ojo parecía estar mirando y me dio miedo. Además había un ropero enorme con un espejo con manchas negras y siempre me dieron miedo los espejos así que mejor salí de ahí.

Justo escuché el pito de la tetera. Tomamos once muy temprano, de hecho, aún estaba de día y hacía calor. Había niños en la calle y levantaban tierra jugando a la pelota. Me fijé en eso y muchos otros detalles pero no logro recordar porque fuimos a esa casa.


#2 - Manguerazo veraniego en el pasaje

¿Han visto cuando en verano abren los grifos y los niños saludan a la cámara de la tele mientras chapotean como guarisapos felices de la vida tratando de aliviar las altas temperaturas? Eso mismo ocurría en mi pasaje, eso sí, con menos glamour. Es que antes no se sacaban fotos hasta cuando la gente bostezaba. O quizás si. El rollo era caro. El agua también es un bien preciado por eso los vecinos se turnaban para sacar la manguera. Siempre ocurría después de almuerzo, generalmente un domingo, y todos los niños salían con traje de baño y hawaianas. No sé si éramos nosotros o el suelo, pero se formaba un caminito de agua café que llegaba al principio de la calle. Después habían barquitos de papel sobre el agua. Siempre había un cabrón que tomaba la manguera y la apretaba para pegarnos con todo el chorro de agua y dejarnos la guata roja. Alguien lloraba, venía un papá y el agua dejaba de salir. Calabaza, calabaza...


#3 - Las flores dulcesitas en la casa de la esquina

Esta es quizás la historia mas droga que pueda contar. Lo que la hace inmediatamente muy nerd y a mí, muy loser. Yo vivía al final del pasaje y ni en mi casa ni en la de mis vecinos había flores parecidas a las que había en el árbol de la casa de la esquina. Ahora, en mis veintitantos vengo a pegarme el alcachofazo que es maleza. Pero ese debe ser el poder de la imaginación infantil supongo. El asunto es que los otros niños inventaron no se qué historia sobre las flores, te enseñaban cómo sacarla de la planta, por dónde había que chupar el juguito, qué era lo que se botaba, que había que tener cuidado porque era adictiva, etc. Yo, la ilusa, les creí todo y hasta me arrancaba a chupar el juguito de las flores dulcesitas para que nadie me viera y supiera que era drogadicta a las flores. Me inventé una historia que involucraba a insectos y una corona. No me conviene rebelar todas las estupideces imaginativas de mi niñez porque me encerrarían por estar cucú.


#4 - La niña de la chomba de gatos y chasquilla

Ese sábado, como todos los sábados, mi mamá llegaba cerca de la hora de almuerzo con muchas bolsas de colores llena de verduras y cachureos que traía de la feria. Siempre dejaba la bolsa transaparente con esas hallullas rayadas encima de la mesa del comedor para que comiera un poquito antes del almuerzo. Nunca goloseaba con dulces. Me conocían en el colegio como la "niña del pan" o la "niña del Kapo". Aunque siempre mis favoritos fueron esos panes de marraqueta que me hacía mi papá con aceite y sal. A mi mamá le cargaba que comiera eso. Así que para distraer mi atención me traía "cosas de la feria". Alcancé a tener unas quince "barbies de feria", dos peponas, muchos libros para colorear, cassettes pirateados de Shakira, Christina Aguilera, Britney Spears y bandas sonoras de teleseries del siete, ula-ula, entre otros incontables cachivaches. Pero lo más traumático era la ropa americana. Ahora es tan in. Yo la odiaba. En realidad, odiaba el sentido de la moda de mi mamá. Ese día llegó no con una, sino que con DOS chombas tejidas talla XXL, una morada y la otra roja (quizás por eso tengo una aversión por el rojo en la ropa) y ambas tenían a dos gatos enamorados sobre un tejado. En el rojo habían gatitos también.

Bueno, para ser sincera, los encontré muy mononos al principio. Mi trauma fue en la tarde cuando se salía al pasaje a jugar con los otros niños. Había un ritual previo de echarse un manito de gato antes de salir a la calle. Siempre me dejaban china con tanto que me tiraban el pelo. Me peinaban la chasquilla, una cintita (de preferencia blanca o un color que combine con la tenida), panties (dos de ser necesario), una camiseta manga larga, poleras, zapatos de charol y una de las chombas nuevas. Imagínate a esa pobre humana, chica, patas flacas, con chasquilla pidiendo auxilio para ser rescatada de las fauces de esos gatos XXL enamorados en el tejado de esa chomba. Maldita Yo Soy La Gatita Carlota, novia del Gato con Botas.


#5 - Vida familiar silvestre y salvaje

Me gustaría saber dónde miércale quedó el chal verde que tuve desde guagua. Ese chal me recuerda a la cama de mis papás. Ese chal y el abrigo con pelos que parecían de gato son las dos cosas que me hubieran motivado a entrar a un lugar en llamas para rescatarlos. Es muy estúpido lo que voy a contar. Yo me escondía en el clóset de mi mamá a acariciar el abrigo de gato de mi mamá porque era suavecito y gigante. En verdad, se asemeja más a un oso ahora que lo pienso. Me escondía porque sabía que nadie entendería esa rutina poco convencional de entrar al clóset antes de la siesta para hacerle cariño a un abrigo.

Pero quiero volver al chal que también tiene su lado animal. Como mi papá siempre estuvo metido (sigue metido) en el fútbol nunca estaba los domingos temprano ni después de almuerzo. Pero en la tarde, y sobretodo recuerdo días fríos como los de ahora, le gustaba ver Discovery Channel o Animal Planet. O La Cultura Entretenida. Ese tipo de programas. Su única condición era la aparición de algún animal. Mi mamá ponía la estufa, la que teníamos a parafina en ese tiempo, calentaba agua en la tetera (de esas que tienen pitito) para preparar ulpo y me decía que fuera a la pieza a buscar el chal verde para taparme mientras me acostaba en el sillón con mi papá, viendo una leona preparando el ataque a una gacela, con estufa y tomando ulpo.

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También me acordé de cuando elevábamos volantines en el potrero, de cuando nos organizamos para hacer una casa en el sauce, cuando nos colgábamos de las ramas del sauce, cuando buscamos pirigüines en la asequía, cuando murió "Morocho", de correr entre las ilusiones plantadas del día de Todos los Santos, de los porrazos con mi sobrino por aprender a andar en bici... Recuerdo haber tenido una linda niñez. Todo cagó a los 12 mas o menos. Que lata

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